Lectures
: 1ère lecture : He 10, 1-10
Évangile: Mc 3, 1-35
Queridos hermanos y hermanas,
La familia es la primera
comunidad de vida, el primer ambiente donde el hombre puede aprender a vivir y
a sentirse amado por los padres, hermanos y hermanas. Es el lugar donde crecen
los hijos, donde se forman los cimientos de su personalidad para el resto de su
vida y donde se aprende a ser un buen ser humano e un buen cristiano.
Pero a pesar de sus
beneficios, los vínculos familiares
pueden también aislarnos. Hoy, vemos a Jesús rodeado por una multitud de gente
del pueblo. Sus familiares más próximos han llegado desde Nazaret. Vienen para
Él. No quieren juntarse con esta muchedumbre que está escuchando sus
enseñanzas. Por eso no entran en casa donde Jesús está enseñando, sino que
desde fuera lo quieren hacer salir.
En la respuesta de Jesús, como
lo podemos ver, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se
había apartado de ellos, no por desprecio de los vínculos familiares, sino que quiere
desaislarse de este vínculo estrecho para alargar sus horizontes y vivir una
relación más amplia.
No es que Jesús quiera negar
la afinidad con su mamá y sus hermanos que lo buscaban. Lo que trata de enfatizar
Jesús es el vínculo que lo une con todos, el mismo que debe unirnos y que debe
ser por encima de todo otro vínculo. Este nuevo vinculación transciende los
lazos puramente familiares y hace que la relación más genuina con Él ya no consiste
en pertenecer a la misma carne y llevar la misma sangre, sino en la adhesión
del que acepta como norma de la propia vida la palabra de Dios. Esta adhesión a
Cristo exige progresivas renuncias, rupturas, cambios rotundos de mentalidad.
Toda su vida, Jesús no se dejó
someter por los convencionalismos sociales, tribales, étnicos, sino que actuó
con entera libertad en sus relaciones con los hombres y mujeres de su tiempo.
Jesús fue totalmente libre ante los valores materiales. Valoró sin duda los
vínculos familiares, pero no se dejó condicionar por ellos especialmente cuando
estos entraban en conflicto con las situaciones muy excepcionales en que hay
que romper incluso con los mayores amores familiares por el servicio del Reino
de Dios.
En esta semana de oración por
la unidad de los cristianos, roguemos por nuestra unidad, nuestro apoyo mutuo,
nuestro sentido común de pertenecer a un solo padre. Recemos de manera especial
por nuestros hermanos que, por razones diversas, se sienten excluidos de la
Iglesia, con el fin de que todos pudiéramos darnos cuenta de que somos
totalmente miembros efectivos de la gran familia de Dios.
Sébastien
Bangandu, a.a.
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