Llegué a México el 6 de
octubre 2015 desde Quebec en Canadá como misionero en México. Mi primera
comunidad de vida fue la de la parroquia asuncionista Emperatriz de América
(calle
Mercaderes 99, Benito Juárez, 03900 Ciudad de México). Ahora dejo esta
comunidad para ir a Casa Manuel, lugar de acompañamiento de los jóvenes que
quieren ser sacerdotes asuncionistas.
A veces, despedirse resulta
misión difícil, especialmente después de experiencias entrañables y momentos de
armonía. Pero ha llegado el momento de irme. Doy gracias a Dios por los grandes
beneficios que me ha concedido durante estos nueve meses en la parroquia. Aquí
está el discurso que hice el día de despedirme de esta comunidad:
Al fin de esta misa y después de nueve meses de vida en esta parroquia,
siento la obligación de darle gracias a Dios por su amor y por acompañarme
todos los días que he vivido aquí y por su apoyo en el apostolado. Doy gracias
a todos ustedes por su amor y amistad. Ustedes han construido una parroquia
con piedras vivas, con corazones generosos y entregas desinteresadas.
Les agradezco y recibo con
gusto sus muestras de afecto y agradecimiento y las ofrezco al Señor. Él es el
autor de todo lo bueno y verdadero que haya podido haber en mis palabras y en
mis actuaciones. A Él por siempre la gratitud, el amor y la alabanza.
Al Señor le doy las gracias por el don de la vida, la fe y la salud, la
colaboración de tantas personas con disponibilidad y generosidad. Gracias a Él
y a ustedes que me han ayudado a sentirme en casa, a seguir mejorando mi
español, a mantener viva la fe en Cristo. Me voy muy edificado y sorprendido por
su fe y su generosidad. Y a la vez les pido perdón por no haberlo hecho mejor.
Voy a la comunidad de Casa
Manuel, para vivir con los jóvenes. Creo que es una experiencia muy bonita, en
la que uno tiene la oportunidad de acompañar a gente joven que se plantea la
posibilidad de la vida religiosa y del sacerdocio. Es otra etapa que empieza y
que deseo vivir con ilusión gracias a la ayuda de Dios. A la vez me da tristeza
dejar todas las relaciones, personas queridas con quienes hemos compartido la
experiencia de vida.
Mi gratitud vaya hacia Él que
con tanto mimo me cuida y a todos los que tanta paciencia y cariño me han
demostrado. Que Dios los premie todo el bien que me han procurado. Gracias a
todos los hermanos sacerdotes que me han ayudado en este tiempo: Gary Perron, que
me ayudó mucho en corregir mis homilías, Flavio Bustos Castillo como párroco; y
las ayudas que he recibido de tantos hermanos en el presbiterio así que en la
asunción.
He vivido unos meses muy intensos
y momentos felices e importantes de convivencia tanto en la vida comunitaria
como en la vida parroquial; los encuentros comunitarios, las celebraciones
eucarísticas, las confesiones, los cumpleaños, las misiones fuera de la ciudad
de México, especialmente con los jóvenes, la oración con la comunidad de San
Egidio, etc.
No nos desanimamos por nada.
Lo más importante no son las personas que vamos y venimos, y solo estamos de
paso, sino que trabajemos por la construcción del Reino de Dios. No perdamos de
vista el objetivo en todo lo que hagamos.
Seguiré recordando a esta
querida comunidad parroquial y viniendo para ayudar en el trabajo pastoral en
la medida de lo posible. Los llevo en el corazón, no los podré olvidar. Las
distancias materiales no nos alejan cuando el amor nos mantiene unidos. Gracias
a todos. Que Dios los bendiga y que la Madre del Amor hermoso los acompañe por
el resto del camino.
Cuando vengan otros nuevos
hermanos trátenles con el mismo afecto que yo he recibido. Desde este momento están
todos en mis oraciones para que el Señor cumpla en cada uno de nosotros su plan
maravilloso de salvación.
Sébastien
Bangandu, a.a.
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