Lecturas:
1ª lectura: Sant 4, 13-17
Evangelio: Mc 9,
38-40
Estimados hermanos y hermanas,
En el ser
humano está la tendencia de apropiarse de las cosas. Y hoy en día, muchas
personas quieren dirigir su vida según sus gustos, decidir sus pasos, tenerlo todo bajo el control
de sus deseos. Olvidemos que la vida es un don gratuito de Dios. La primera lectura
de hoy nos invita a poner todos nuestros planes entre las manos de Dios, autor
de y dueño de nuestra vida.
Al
lado del apetito de apropiarse de las personas y de las cosas, surge el deseo
de poseer hasta Dios. Es lo que pone en evidencia el evangelio de hoy. En
efecto, a fuerza de vivir con Jesús, los discípulos han llegado a creerse
dueños de Jesús y que ninguna otra persona debería actuar en su nombre. La
respuesta de Jesús a sus discípulos nos invita a comprender que Dios no es
propiedad privada de los cristianos.
Esto
quiere decir que deberíamos alegrarnos cuando se trabaja desde otras instancias
en favor del Reino de Dios, que es justicia y paz. Pero significa también que
podemos y debemos sumar nuestros esfuerzos a los de todos los hombres de buena
voluntad, aunque no compartan la misma fe o se expresen en lenguas o modos
distintos. La fe cristiana no puede ser un pretexto para el separatismo o la
discriminación, sino fuerza de Dios para la unión de esfuerzos en favor de la
justicia, de la igualdad y de la fraternidad.
Todos
los seres humanos cualquiera sea nuestro origen, raza, religión, pertenecemos a
la misma familia que es la humanidad. De hecho, entre seres humanos no cabe la
división, ni la discriminación bajo pretexto de las diferencias. Todas las
diferencias sirven para enriquecer y multiplicar la eficacia de la actividad
humana, no para justificar la desigualdad, ni la discriminación, ni las
hostilidades y las guerras.
La
variedad de culturas, de razas y lenguas, de religión y nacionalidades, no son
un obstáculo para la unidad. Al contrario, contribuyen y enriquecen eficazmente
la cultura humana. En una sociedad todas las fuerzas sociales, de signos
distintos, contribuyen y hacen posible el logro del interés general. Lo malo es
cuando prevalece el espíritu partidista y cada cual busca su propio interés por
encima y a costa del de los otros.
Finalmente,
el auténtico seguidor de Jesús es alguien abierto, acogedor, de ideas amplias.
No se reincide solamente en lo suyo, sino que es capaz de valorar cuánto hay de
auténtico en los demás. Que Dios nos conceda la gracia de vivir nuestra fe con
una verdadera apertura y que nuestra fraternidad sea el signo de una comunión
real con todos los que trabajan en la construcción del Reino de Dios en nuestro
mundo.
Sébastien Bangandu, a.a.
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