Lecturas: Hech 9, 1-20
Evangelio: Jn 6, 52-59
Queridos hermanos y hermanas,
Poseer todo lo que necesitamos, llevar una vida
feliz, tener éxito en todo lo que emprendemos no garantiza nuestro bienestar.
Ya que se puede poseer todo esto, pero vivir una vida pobre y sin sentido.
Siempre necesitamos a alguien para sostenernos, apoyarnos, garantizar nuestro
futuro. Jesús jamás fue contra la riqueza o el éxito. Sin embargo, lo que lo
preocupaba más era que todo esto no nos haga esclavos o no tome el lugar de Dios en nuestra existencia.
Antes de su conversión, Pablo llevaba una vida
maravillosa y gozaba de un verdadero prestigio tanto como fariseo e hijo de
fariseo. Tenía todo para vivir feliz. Pero su vida permanecía una prisión mientras
todavía no había encontrado a Jesús, el verdadero pan que bajó del cielo. El
mismo lo dice en su carta a los Filipenses en estos términos: “Pero todo lo que
para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más,
yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de
conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero
como basura a fin de ganar a Cristo”.
Todo esto le sucede a Pablo cuando estaba
cumpliendo una misión de servicio. Estaba en camino. Es decir que el Señor se
aparece en su vida concreta, en la que vivimos cada uno. A veces se aparece de
la forma que menos lo esperamos. No importa cuál sea nuestra situación, Jesús
siempre toma la iniciativa de acercarse a nosotros. Y cuando tardamos en ir
hacia Él, es él mismo que toma la iniciativa y sale a nuestro encuentro.
La vida de Pablo el perseguidor fue
transformada por el amor que se manifestó en su encuentro con Jesucristo. De allí,
Jesús hizo de él un apóstol ferviente, valiente, enamorado de su misión que
consistía en anunciar con vigor a Cristo Resucitado. No olvidemos que el mismo
Cristo que encontró a Pablo, sigue actuando con su amor en todos los hombres y
mujeres de nuestro tiempo. Cristo sale al encuentro de todos, pero, a veces, no
estemos dispuestos de acogerlo.
Así, como fue en el caso de Pablo, Jesús nos
espera a la vuelta del camino, en medio de nuestras actividades diarias. Quiere
transformar nuestras vidas. No nos cambia, nos acepta tales como somos, con
nuestras debilidades, pero quiere transformarnos y hacer de nosotros testigos suyos.
Lo maravilloso en la conversión de san Pablo es que una vez convertido, va a
utilizar el mismo celo, el mismo ardor que tenía antes, pero esta vez para
hacer el bien. Oremos para que el Espíritu de Dios nos convierta y haga de
nosotros testigos vivos de su Palabra.
Sébastien Bangandu, a.a.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire