Lecturas: 1a lectura: Hech 9, 31-42
Evangelio: Jn 6, 60-69
Estimados hermanos y hermanas,
Hay un dicho muy famoso que
dice: “El lenguaje, es la fuente principal de los malentendidos.” Y hay otro
que dice: “No hay palabra mal dicha sino mal interpretada”. Es decir que el
mundo de la comunicación es complejo. En efecto, los malentendidos en la
comunicación pueden a veces tener graves consecuencias. La gente que
malinterpreta puede llegar a romper vínculos, ofender a sus semejantes y
hacerse enemigos, aunque tenga las mejores intenciones.
En su ministerio apostólico,
Jesús experimentó a menudo malentendidos. Esto se explica por el hecho de que
él y sus interlocutores no se situaban sobre la misma longitud de onda. Ellos
se referían a una realidad material y terrestre, mientras que Jesús hablaba de
una realidad espiritual y celeste. Hasta sus discípulos experimentaron eso. Aunque
muchos le consideraban como un profeta auténtico, algunas de sus declaraciones parecían,
como pretensiones intolerables.
Al oírle decir que " el
Pan de la vida, es su carne, para la salvación del mundo. Él que come mi carne
y bebe mi sangre tiene la vida eterna.", sus discípulos se imaginaron que lo
decía allí estaba intolerable. No podían continuar escuchándolo. Y a partir de
este momento, muchos se alejaron y dejaron de ir con él.
A pesar de esto, Jesús no bajó
sus exigencias para guardarlos más fácilmente. Sencillamente, por una cuestión,
recordó a los Doce la gravedad de su elección: " ¿ustedes también quieren
irse?” Esta cuestión de Cristo nos alcanza, nosotros también, allí dónde
estamos. A esta cuestión del Señor, ninguno de nosotros puede escaparse. Por
una parte, el Señor nos lo pone, no para darnos miedo, pero para asegurarse
nuestro nivel de fe y de afecto a su persona. Por otra parte, nos lo pone para
dejar expresarse nuestra libertad con relación a su llamada.
Pedro dio su propia respuesta.
Es necesario que cada uno de nosotros pueda también dar la suya. Porque hay
tantas maneras de salir, de alejarse, de dejar de ir con Cristo. Y cada uno de
nosotros puede descubrir suyas a la luz de un examen de conciencia. Pero lo
esencial es saber, como lo dice Pedro, que solo Jesús es fuente de vida
verdadera y de hecho, tenemos que confiarnos a Él.
Sébastien Bangandu, a.a.
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