mercredi 6 avril 2016

¡Mision Juvenil México-Oaxaca, un gran exito!




Mi primera Pascua en México, la celebré en San Juan Coatzospam (Oaxaca), un sector de la parroquia Santa María de la Asunción, situada a 792 km al este de la Ciudad de México, hogar de los pueblos Mazateco y Mixteco. Esta región se extiende en el sureste de México, en los estados de Oaxaca, el este de Guerrero y en el sur de Puebla. Los hermanos (Asuncionistas) Germán González, Irvin Santiago, Louis Kivuya, Marciano Lopez Solis y yo mismo formamos parte de un grupo de 102 jóvenes en total, pertenecientes a diferentes grupos de las pastorales juveniles de la Arquidiócesis de México, de Irapuato (Guanajuato), de Puebla, de San Luis Potosí y también un joven misionero venido de Colombia.

La organización de esta misión así como de muchas otras actividades de este tipo es un signo elocuente que demuestra que la Iglesia mexicana se compromete, cada vez más, a la formación de una nueva generación de jóvenes, cuya visión de la vida está fundada sobre el compromiso y el servicio con los demas, siempre siendo capaces de testimoniar dentro de su medio una nueva manera de percibir el mundo, de servir y de vivir la fraternidad.

En la parroquia asuncionista Emperatriz de América de México, la pastoral juvenil se enriquece con la iniciativa de “Misión Amor y Servicio (MAS)”, llevada a las regiones de Oaxaca hace apenas dos años por Alexis Vadillo, Hilda Santiago y Rodrigo Pérez entre otros jóvenes que conforman el equipo. Estos jóvenes católicos están comprometidos con su Fe tanto con la parroquia como dentro de sus otros aspectos de vida personal. El objetivo de esta iniciativa es llamar a los jóvenes a implicarse efectivamente en la obra de la evangelización, especialmente en las periferias y regiones pobres, durante la semana santa. Los jóvenes siempre responden con mucha generosidad y entrega, siempre dispuestos al servicio.

La pastoral que se realiza es una pastoral cercana  que permite a los jóvenes misioneros palpar con sus manos las realidades particulares de cada sector y de aportar, en la medida de lo posible, su humilde contribución. En general ésta comprende escuchar a las personas, visitar a las familias, administrar los sacramentos, organizar jornadas de reflexión y jugar con los niños y jóvenes de ahí, además de otras actividades de este tipo, cuyo objetivo es la promoción de la fe cristiana.

En total se formaron 11 grupos, teniendo en cuenta el número de capillas que conforman la parroquia (una treintena) y contando cada uno con 7 a 12 misioneros. Cada uno de nosotros forma parte de uno de estos grupos destinados a un sector de esta parroquia. Nuestro grupo era de 11 misioneros: Abigail Moras, Annie Mendoza, Francisco Posada, Gabriela Burela, Isaac González, Jimena Patlán, Ricardo Lobo, Rodrigo Mijares, Sheila Méndez, Stephany Marchand y yo. Salimos de México a las 8:20 am.

El viaje, efervescente y lleno de este calor juvenil se efectuó en un ambiente tan alegre que uno se sentía bien de estar en medio de esta juventud entusiasta y ambiciosa. A las 12:40 nos detuvimos en Puebla 20 minutos. Después de comprar algunas provisiones retomamos nuestro camino hasta Huautla de Jiménez, una pequeña ciudad municipal del estado de Oaxaca, capital de la prelatura apostólica y la última parada antes de entrar en una zona sin señal telefónica. Esta escala le permitió a cada uno tener una última conversación telefónica con sus padres, amigos o conocidos.

Estábamos por llegar cuando nos vimos envueltos en una capa espesa de neblina, obligando al valiente chofer a desacelerar. Este es un aspecto caracteristico del clima de esta región Mazateca-Mixteca, siempre cubierta de neblina, con lluvias constantes, que confirma el nombre que se le da a su gente de « gente del país de la lluvia ». Es una región esencialmente montañosa de un aspecto pintoresco.

A las 7:30 pm, al llegar a nuestro destino, Ayautla, experimentamos un sentimiento de hospitalidad, calor y alegría. Los organizadores de la misión lograron crear una atmósfera particular en este lugar y nos hemos encontrado como en casa. El cura de la parroquia, el padre Victor Villalobos, con su multitud de catequistas estaban ahí para recibirnos. Después comenzamos a bajar las maletas, operación que nos tomó casi 40 minutos. La atribución de un color por cada grupo hacia la tarea un poco más fácil.

Al terminar de bajar las maletas cada grupo fue llevado por sus catequistas hasta donde iba a estar en la semana. Nuestro grupo, con el color morado, acompañado de la catequista Claudia, tomó el camino de San Juan de Coatzospam, uno de una treintena de sectores de la parroquia Santa María de la Asunción, donde nos quedaríamos por el resto de nuestra estadía. Nos dieron café, « tortillas gorditas » y frijoles. Después de la comida y charla, nos dieron nuestro dormitorio que se comprendía de tres cuartos.

Al acabar nuestra instalación en el dormitorio, el grupo de 11 misioneros nos reunimos para enterarnos de las directivas y del programa de actividades diarias. Todo se cerró con la oración de la noche. Dirigida por Annie Mendoza, Jimena Patlán e Isaac González, la oración estaba compuesta por un momento de reflexión sobre un texto del Papa Francisco sobre vivir la misericordia a través de actitudes humanas como la proximidad con los pobres, la lucha contra la violencia y las injusticias sociales.

Domingo de Ramos: Nuestra primera mañana amanece con neblina y ya amenaza llover. A pesar de los caprichos del clima, debíamos empezar a trabajar. En este primer día todo el equipo se dedicó a la visita de las familias del pueblo. Habíamos visitado apenas tres. Nuestro momento con el señor Nicolás Robles tocó nuestro corazón, un joven comerciante del pueblo que nos encontramos en el camino y nos condujo hasta su depósito de venta de maíz. Después de una larga platica con él, procedimos a bendecir su depósito. Cuando ya nos íbamos nos ofreció un té de limón caliente, que nos tomamos con mucho placer.

Al salir, llegamos a la iglesia San Juan Coatzospam, antes de iniciar la procesión de ramos. Es una iglesia muy antigua que data de 1750, dedicada al apóstol San Juan, muy venerado por el pueblo Mixteco a causa de sus múltiples milagros y cuya estatua gigantesca domina el lado superior de la Iglesia.

Con simplicidad y fervor, la gente del pueblo portó los ramos para aclamar a Jesús y celebrar el anuncio de su vitoria ya próxima. Fue bello y conmovedor, lleno de alegría y de esperanza. Muchas personas del pueblo participaron. Como lo requiere la tradición, transportamos sobre la espalda de cuatro fuertes jóvenes, un enorme asno de arcilla montado por Jesús sonriendo, todo chapado sobre un cuadro de madera muy resistente. Sin embargo, después de ese momento de euforia y júbilo, nos encontramos con el shock brutal del sufrimiento de Jesús que nos habia sido recordado.

Su último caminar, dividido por etapas muy coloridas, nos revela a un Jesús más bello y humano que nunca, pero también nos hace ver al mismo tiempo nuestro comportamiento versátil y nuestras maneras, y lo que llegan a tener de desagradable, injusto y malo. A través de su valiente caminar, Jesús nos da un fiel eco del dolor y sufrimiento que nosotros experimentamos cotidianamente: el desprecio, la traición, el abandono, la violencia, la envidia, el rechazo así como otros tantos males más que nos infligimos los unos a los otros… tal vez hasta morir.

Al releer el relato de su pasión, encontramos sus rastros y huellas en nuestra propia carne, en el sufrimiento de los hombres de todos los tiempos. Al meditar sobre las pruebas de Cristo y la forma en que las vivió, comprendemos la profundidad de su amor y su cercanía por lo humano. Al sufrir su pasión, Cristo se revela de tal forma como uno de nosotros que nos hace sentirnos próximos a Él. Pero a la vez tan diferente también, cuando consideramos todo el amor que lo mueve, la ausencia de oposición y de sentimiento de venganza, la moderación y la profunda libertad que lo caracterizan.

Así, si nuestras penas y dolores nos hacen participar de su suerte, falta reconocer que nos queda mucho por hacer para imitar su valor, su fortaleza, su gran paz interior, su amor incondicional. Eso fue lo esencial de mi homilía, dada en español, pero traducida al mixteco para que todos la pudieran entender. Fue la catequista Claudia que hizo la traducción con mucha destreza verbal doblada de una fidelidad increíble al mensaje transmitido.

Después de la celebración del domingo de Ramos y la Pasión del Señor, nos tomamos un momento para platicar con algunas personas de las que participaron en la celebración. Después, los jóvenes misioneros comenzaron la recitación del rosario con la gente del pueblo, mientras que yo confesaba.

Al final del día, después de cenar, tomamos un momento para hacer un examen de consciencia, seguido de la evaluación del día. La meditación que siguió estuvo centrada en el texto de San Mateo sobre la tentación de Jesús en el desierto. Después de haber establecido el programa del día siguiente, nos retiramos para la noche.

Lunes santo: Un día triste y lluvioso. Mucha neblina sobre los senderos, que hizo difícil la visita de los enfermos. Pero el equipo de misioneros debía afrontar la lluvia y ponerse a trabajar. De dos en dos, nos dispersamos en el pueblo para visitar a las familias, a los enfermos, llevándoles la Palabra de Dios, la unción de los enfermos, el cuerpo de Cristo, nuestra simple presencia… Estas visitas son muy interesantes dado que nos permiten tocar con nuestras manos la realidad eclesial de este rincón perdido de Oaxaca. Regresamos totalmente revigorizados por la fe y la alegría que animan a esta gente, a pesar de sus dificultades.

En la tarde-noche nos reunimos con un grupo de niños en el salón multiusos, vecino de la iglesia de San Juan, para tener diversos juegos. Después siguió el rezo del rosario y la celebración eucarística. Al salir de la misa, fuimos invitados a cenar en casa de una pareja joven del sector Constantino Morales y Merlín. Muchas tortillas y mole. Al regresar a nuestros cuartos, organizamos una reunión de evaluación del día y compartimos las actividades realizadas.

Martes santo: Nos levantamos con un sol matutino espléndido que fue como un poco de bálsamo al corazón, después de tres días de lluvia y de frío, con la neblina que todos los días estaba a nuestro alrededor. Este día, con su sol matutino, parecía prometedor. Como vivíamos en una zona sin señal de celular, me fui a un pequeño cibercafé de la esquina a consultar mis correos. Ahí fue que me enteré, con estupefacción, de la trágica noticia del asesinato del padre Vincent Machozi, hermano padre asuncionista muy comprometido con la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de soluciones para una paz durable en el Congo, especialmente en la región de Kivu.

Después nos dividimos de dos en dos, para ir al pueblo en diferentes actividades apostólicas. Stephany Marchand y yo, fuimos a visitar a los enfermos en el extremo oeste del pueblo, acompañados de dos catequistas: Antonio Morales Pacheco y José Castro Valdivia. En el camino de regreso al dormitorio, nos desviamos para visitar a una familia en la que el padre y la madre, los dos maestros de secundaria, habian escapado de la muerte en un accidente de circulación. La conversación fue muy interesante.

Y como se aproximaba la hora de la celebración eucarística, tomamos el camino a la iglesia. Y durante la eucaristía, recé por el descanso del alma del padre Vincent Machozi y la paz en el Congo-Kinshasa. Al salir de la celebración fuimos invitados a cenar y nos sirvieron el Tesmole de huevos (una especie de avena con huevos), evidentemente, con tortillas, una comida muy preciada en la región, pero también en todo México. Al regresar al dormitorio hicimos nuestra evaluación del día seguida de la oración final.

Miércoles santo: En la mañana, con Jime, nos fuimos a la Soledad, una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Soledad y vecina de San Juan, acompañados del catequista José Hernández, para visitar a un enfermo. Era un señor que regresando del campo se habia resbalado en una pila de piedras colocadas al borde de la ruta principal que atraviesa la ciudad. Se golpeó el brazo izquierdo y tenía un gran golpe en la espalda. Después de los cuidados del hospital, quería ver al padre para que le diera el sacramento de los enfermos. Rezamos por él y después recibió la unción de los enfermos. Antes de decir adiós a la familia, su hijo nos ofreció algún enfriamiento en signo de gratitud.

De ahí nos juntamos con los 7 jóvenes misioneros en la capilla de la Soledad. Y ahí, mientras Jime y José se entretenían con los jóvenes, yo escuchaba las confesiones. Del otro lado de la capilla, Pepino se divertía alegremente con los niños de ahí. Al regresar pasamos por atole de maguey (hervida maíz a la miel salvaje) muy delicioso en casa del mayordomo donde se juntaban un gran número de notoriedades del pueblo.

A las 15h00 celebramos la misa en memoria de María Dolorosa. Como lo requiere la tradición, hubo en la entrada de la Iglesia una gran bendición de velas, es un momento importante para la gente. Al salir de la misa, Abigail y yo nos fuimos a la capilla vecina de San Martín, donde junto con el parroco una gran cantidad de gente nos esperaba para recibir el sacramento de la reconciliación. Antes de regresar a San Juan, donde íbamos a participar en una eucaristía en honor de la virgen María de Nazaret, platicamos un rato con los jóvenes misioneros de San Martín.

Jueves santo: En la mañana, visita a los enfermos y bendición de velas según la tradición. Via crucis a las 11h00. En la tarde, alrededor de las 15h00, como lo requiere la tradición mixteca, la comunidad de los doce apóstoles (doce jovencitos escogidos, de entre 10 y 12 años) comparte una comida en la entrada de la iglesia. Esta comida consiste de tortillas, de pescado y de una variedad de frutas.

Después cada discípulo recibe una parte de la comida que se lleva a su casa para comerla en familia. Naturalmente, una cesta con víveres es ofrecida al padre que participa en esta comida, memorial de la última cena. Después de la comida, fuimos a la Iglesia para la celebración de la cena. Al término de la cena, hicimos una procesión de como 30 minutos antes de participar en la adoración del santo sacramento. Después nos invitaron a cenar en casa del mayordomo de Nazaret. De regreso al dormitorio, evaluación del día, oración de la noche y a dormir.

Viernes Santo: La celebración de la pasión de Cristo. En el pueblo mixteco, esta celebración es absolutamente impresionante y llena de misterio. Es un signo que demuestra que la tradición no esta por lo tanto rechazada en favor de la adopción del cristianismo. En el viacrucis, se forman dos grupos con caminos diferentes: el primero lleva un enorme Jesús, con su túnica roja, manchada de sangre y su cabeza coronada de espinas. Este Jesús se coloca sobre una especie de marco de madera y transportado por cuatro fuertes jóvenes caminando en paso de luto; el segundo grupo lleva una enorme María, vestida con una túnica violeta y con un velo del mismo color y coronada de una diadema con bordados afilados. Lo más impresionante es el encuentro entre la madre y su hijo.

En San Juan Coatzospam, este encuentro se da en un cruce de caminos, donde las dos procesiones se encuentran. Encuentro conmovedor, momento lleno de emoción donde varias personas estallan en lágrimas. Durante un tiempo se guarda silencio absoluto. Después, la madre y el hijo toman el camino de regreso a la Iglesia para la celebración de la pasión de Cristo.

Otra escena conmovedora y espectacular, el descenso de Jesús de la cruz. Antes de ser puesto en el ataúd, el padre es invitado a hacerle reverencia. Después, comienza una nueva procesión siguiendo el mismo trayecto del viacrucis, animada por cantos de duelo y estallidos de cuetes. Al regresar a la iglesia, comienza por fin la celebración de la pasión propiamente dicha.

Después de la celebración, nos invitaron a cenar con la familia del señor Francisco, uno de los ancianos de San Juan. Al regresar al dormitorio, estábamos maravillados por el claro de luna que inundaba con su luz todo el valle de San Juan, que, de noche, parecía un inmenso mar blanco.

Sábado de gloria: Un bello día, con un cielo claro maravillosamente soleado y perfectamente despejado. En esta mañana, mientras cantaban los pájaros en los árboles, asistimos a la oleada de jóvenes provenientes de diferentes sectores de la parroquia a participar en la reunión de todos los jóvenes con los misioneros venidos de México. Un día absolutamente movido y animado.

El salón multiuso estaba listo y bonitamente decorado en esta circunstancia. Rápidamente, se llenó de una gran cantidad de jóvenes. Una vez ahí, la palabra fue dada al joven seminarista Misael Olivares, futuro diácono, que nos hizo una exhortación muy sugestiva sobre el tema de la vocación. Notamos también la presencia remarcable del cura de la parroquia, quien se desplazó también a San Juan para vivir de cerca esta actividad apostólica de los jóvenes y motivarlos a continuar haciendo esto.

La tarde se prosiguió por espectáculos diversos, y todo el mundo se entregó a corazón alegre a los juegos, a las canciones, y a los bailes regionales. Al cabo de algunas buenas horas de diversión, salimos de la sala para proseguir con los juegos al aire libre. A la primera hora de la noche, fue la vuelta al redil. En cuanto a nosotros, perseguimos nuestra tarde con varias bendiciones de velas.

La celebración de la vigilia pascual, magníficamente preparada por los jóvenes de nuestro grupo, fue un momento fuerte de apertura a la gracia pascual. Muy naturalmente, la vigilia comenzó por afuera, delante de la iglesia San Juan, con fuego preparado por los catequistas. 

Comencé la celebración con un cirio pascual nuevo y bello, que representa aquí a Cristo. Luego, entramos en la iglesia en procesión, con como sola iluminación el cirio pascual que la gente seguía, con sus pequeños cirios encendidos del cirio pascual, y se los comunicaron su luz frágil uno a otro, a la imagen de la luz aportada por Cristo, que se difunde poco a poco.

Luego, siempre en la penumbra, escuchamos la lectura del cuento de la Creación en el libro del Génesis, luego otros escritos fundadores de la historia de nuestra fe. Más tarde, la iglesia se iluminó mientras que cantamos todos juntos: gloria a Dios. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Perseguimos la celebración de la Eucaristía con alegría y fervor.

Después de la misa, según la tradición, fuegos artificiales estallaron y de repente, las llamas inmensas abrasaban el cielo azul de San Juan y coloreaban de una luz anaranjada todo lo que estaba alrededor. Luego una fila larga se formó espontáneamente. Y fue la hora de la veneración de Jesús, reposando apaciblemente en un ataúd inmenso y vítreo. Fui muy impresionado por el fervor y la afluencia de la gente del pueblo a esta práctica

Domingo de Pascua: desayunamos con la familia de la pequeña Gema, después regresamos al dormitorio para hacer las maletas. Celebré la misa a las 11h00, delante de una asamblea compuesta en la mayoría por misioneros jóvenes provenientes de otros sectores de la parroquia y de gente del pueblo.

Estuvo una celebración muy viva, orante y llena de fervor, sobre todo porque los jóvenes tomaron a cargo la animación litúrgica y el servicio. Después de la misa, fue la hora de los saludos y de las despedidas. La emoción estaba visible en las caras de los fieles de San Juan…

El viaje de regreso a México comenzó a las 12h45, animado de gritos de alegría. 15h45, nos detuvimos 45 minutos en Tuxtepec para comer algo. A las 2h10 de la madrugada llegamos a la parroquia, recibidos por un buen número de padres que venían por sus hijos.

Este viaje fue para mí sinónimo de encuentros bellos, descubrir este rincón perdido de Oaxaca, con su paisaje variado y salvaje, sus habitantes y sus tradiciones. El pueblo Mixteco nos dio a conocer sus magníficas tradiciones y experiencia, pero también nos reveló una faceta menos luminosa de un México que sufre en crisis. Una semana interesante y rica en emociones.

Esta misión de los jóvenes nos permitió vivir encuentros magníficos con un súper equipo de acompañamiento de jóvenes verdaderamente bien soldados y eficaces sobre terreno. Una cercana y magnífica convivencia con las personas que encontramos. Pláticas muy agradables con los enfermos, donde fue necesario volcarse al otro. Un aire agradable y modesto, impreso de simplicidad y cordialidad donde uno tiene la impresión de vivir en familia. Diré que recibimos más que dímos. Como grupo, tuvimos también muchos momentos de diversión  y de conversación donde las bromas y el humor estaban siempre en la cita.

Las sonrisas, los cumplidos cálidos y los agradecimientos conmovedores, sobre todo de las personas enfermas así como de los hombres, mujeres y niños del pueblo me hicieron comprender la importancia de los jóvenes para esta misión. Ahí, volvemos a aprender la humildad y la simplicidad. Y también se siente bien poder contribuir también a la felicidad del otro, a su desarrollo.

¡Quedan en mi memoria Claudia y Gema! La primera, por la vivacidad de su inteligencia. En efecto, supo traducir a la lengua mixteca con facilidad mis homilías y la gente lo apreció mucho. La segunda, simplemente por el hecho de que es una “joya” de niña, de una vivacidad legendaria y de una espontaneidad increíble. Fue ella que nos recibió con su sonrisa proverbial, las dos veces que fuimos a la casa de sus papás. También aprecié la sonrisa y la gentileza de las personas enfermas a pesar de su discapacidad, siempre llenas de felicidad, de esperanza y de fe.

Y si hubieran estado ahí cuando nos despedimos, apuesto que no hubieran podido retener sus lágrimas. Una semana y dos días parecían años despues de haber vivido rápidamente tanto cariño. Tal vez, con un pequeño regalito, un poco de café, un producto artesanal, un poco de azúcar, ellos juntaban las palabras exactas para decir gracias. ¡Y muchos de nosotros lloramos!

Regresamos por lo tanto alegres, con una visión de las cosas muy diferente. Gracias a todos por esta semana de felicidad, y por haber permitido encontrarme ahí humanamente, espiritualmente y con la vida. Gracias por los encuentros, por esas sonrisas, esa convivencia. Gracias a todo el equipo de organización por su experiencia. Gracias a Rodrigo Mijares por la corrección de mis homilías en buen español.

Cansado al final del viaje, aquejado por una diarrea terrible, escribo esta bitácora de viaje con el peso del cansancio, pero sin ningún remordimiento. Porque en mí queda la experiencia de que es posible tener una gran alegría. ¡Experiencia que uno no se puede perder! La aconsejo aunque tal vez la adaptación no sea fácil. ¡Bello descubrimiento!

(Este texto ha sido traducido del francés al español por Rafael Mijares, con la colaboración del padre Gary Perron, a.a. Les agradezco de todo corazón.)
 
Sébastien Bangandu, a.a.


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