Lecturas: 1ª lectura: Hech 11,
1-18
Evangelio: Jn 10, 1-10
Estimados hermanos y hermanas,
Jesús, nuestro hermano, es una
figura importante en la vida de los humanos. Como Señor y salvador desempeña un
gran papel en la vida de los humanos, es para esto que lleva muchos
calificativos. El evangelio de ayer nos presentaba a Jesús como él que es el buen
pastor, que conoce sus ovejas. Como tal, las guarda, las protege, les
proporciona la vida.
En el evangelio de hoy, se nos
presenta como el que es la puerta del redil. En efecto, la puerta es algo
importante. Da acceso a un lugar, a una casa; facilita la entrada, juega el rol
de mediación, abre posibilidades en la vida de aquel que busca.
Por otro lado, la puerta es el
símbolo de la protección, de la defensa, de la seguridad. Una casa sin puerta
es un lugar en inseguridad constante, expuesto a los ladrones y a los
malhechores. Para proteger bien lo que poseemos, necesitamos una puerta fuerte
y eficaz.
Jesús es todo esto para
nosotros. Como puerta, Jesús nos da acceso al mundo de Dios, que es un mundo
maravilloso. Nos abre el camino de la vida y de la salvación. Nos protege
contra nuestros enemigos, nos defiende contra los que nos atacan. Como seres
humanos, poseemos casi todas debilidades de una oveja: a veces, somos
vulnerables, frágiles, sin defensa.
Por eso, acoger a Jesús en
nuestra vida nos permite quedar en seguridad ya que es vencedor del mal y hasta
de la muerte. Pero a veces, ponemos nuestra confianza en cosas pasajeras,
destructibles, mientras que Jesús es nuestra fuerza, nuestro refugio, nuestra
fortaleza y nuestra roca eterna.
Confiémosle nuestra vida
entera para que sea el guardián y pidámosle la gracia de permanecer fieles a Él,
en momentos de angustias como en los momentos de alegría.
Sébastien
Bangandu, a.a.
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