Lecturas:
1ª lectura: Hech 5, 27-32. 40-41
2ª lectura: Apoc 5, 11-14
Evagelio: Jn 21, 1-19
Estimados hermanos y hermanas,
Lo que
nos cuenta el evangelio de hoy, es como una renovación de una aventura amorosa
entre Jesús y sus discípulos. En efecto, los discípulos, después de la muerte
de Jesús, llegan a un momento de desilusión y quieren romper con esta
situación. Y sabemos todos que terminar una aventura amorosa y comenzar el
proceso de seguir adelante no es fácil. ¿Pero, por qué quieren romper su
compromiso con Jesús?
Es
porque desde su desaparición, los discípulos experimentan momentos de soledad difíciles
de vivir. Sus vidas ya no tienen sentido. Parecen perder todo. No creen más en
nada. Con la ausencia de Jesús, sus esperanzas se disiparon y su horizonte
parece cerrado. No olvidemos que antes de su encuentro con Jesús, esta gente
era responsable. Trabajan para subvenir a sus necesidades y asegurar su futuro.
Algunos de ellos, como Pedro, estuvieron casados y responsables de una familia.
Hay
que señalar también que a pesar de todo, lo bueno, es que viven esta ausencia
de su maestro en grupo. Es decir que la fe es una realidad que se vive en comunidad,
en equipo, en Iglesia. Y la comunión cristiana es muy importante para nuestro
crecimiento humano y cristiano. Esto nos evita el peligro del individualismo y
de la soledad que están más presentes en nuestro mundo moderno.
Y así
como no podían avanzar más, decidieron regresar a su antigua actividad, la de
pescar. Se meten de lleno en su tarea diaria, la que podía permitirles realizar
sus sueños. Por otra parte, esto regreso al trabajo que tenían desde siempre, les
ayuda en lo sucesivo a encargarse del destino de sus vidas, sin contar con
Dios.
Pero
es allí que Jesús les encuentra, al borde del lago, allí donde les llamo un día a hacerse sus
discípulos. Les encuentra en una hora muy significativa. La mañana. En el
tiempo del trabajo. Es decir que nuestra vida cotidiana es el primer y más
importante lugar de encuentro con Dios. Este encuentro nos recuerda que jamás
podemos evitar la presencia de Dios. Está omnipresente en nuestra vida.
Nos
dice también que no estamos solos en nuestro camino, a pesar de que a veces nos
parece. Del mismo modo, Cristo se hace presente en todo aquello que nos ocupa y
pre-ocupa. Así no podemos encontrar la felicidad ni el éxito mientras vivimos
lejos de él. La prueba de ello es que durante toda la noche, los discípulos no
pescaron nada. Pero enseguida, la
presencia de Jesús en medio de ellos, cambia todo. Al seguir la consigna de
Jesús, su pesca conoce un gran éxito.
Y
ahora que los discípulos saben todos que el Señor está vivo en medio de ellos,
Jesús quiere enviarles a través del mundo para ser testigos suyos. Pero ante
todo, Jesús quiere vivir un momento de reconciliación con ellos, especialmente
con Pedro que le negó tres veces. Esto es muy importante porque no podemos ser
testigos de una persona con la cual no vivimos en buen término y que no amamos.
Preguntando tres veces a Pedro, Jesús quiere asegurarse de la conversión de
Pedro y de la fuerza de su amor para ser su testigo.
La
cuestión de Jesús a Pedro es una pregunta terrible. Ya que ocurre cuando hay
dificultades en la vida del amor entre dos personas. Y no es fácil responder
espontáneamente, porque se necesita un profundo examen de conciencia y una apertura de corazón de parte de la persona
cuestionada. Y ahora, esta pregunta está dirigida a cada uno de nosotros. ¿A
pesar de nuestras debilidades queremos bastante a Jesús, para ser sus testigos
hacia nuestros hermanos?
Sébastien
Bangandu, a.a.
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